jueves, 18 de abril de 2024

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Carta de despedida de frei Gonçalinho

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Al recibir la noticia del fallecimiento de fr Gonzalihno … vino a mi cabeza este pensamiento: a pesar de sus casi 83 años y su salud frágil, partió antes de tiempo (¿quién somos nosotros pasa decir eso?).

Para entender mejor les voy a hacer conocer los últimos encuentros y “destinos”. Como les había dicho nuestra presencia en Angola, en principio, era por un año. Teníamos la esperanza de que  en el camino las cosas pudieran mejorar en orden a una permanencia más larga en Angola. Pero se presentaron algunos inconvenientes en el camino y el P. General pidió que regresáramos, concluyendo así ese año de misión en tierras africanas. Monseñor Gonzalo como obispo emérito tenía el derecho de escoger por donde continuar su camino. Nos dijo que él pensaba continuar allí, hasta el final de su vida. Si fuera posible. Para esto conversó con el Obispo, D. Tirso. No sé cómo transcurrió el diálogo, pero D. Tirso aceptó su deseo. Después de año nuevo, Mons. Gonzalo fue a Luena, y junto con las hermanas teresianas encontraron un matrimonio de confianza (presentado por ellas: la señora había trabajado con las hermanas). Ese matrimonio iría a vivir con él a Calunda. Pidió a las hermanas que ayudasen  al matrimonio a preparar lo necesario.

Conversamos con Monseñor con ocasión de la Semana Santa (en la misa de la bendición de los oleos). Estaba más que convencido de que aquel era su lugar, su último destino. Quedó en regresar a Calunda, ya con el matrimonio, unas dos semanas antes de nuestra salida. Celebraríamos juntos, el fin de semana, una misa de acción de gracias por la experiencia vivida y Monseñor asumiría la pastoral de Calunda. Estaba claro que no podría atender todas las comunidades, especialmente aquellas a las que solamente se llega en moto (en eso fr. Mariano era ya experto). En esos días fray Mariano tuvo que ir a Cazombo para conseguir algunos materiales. Y trajo también la noticia de que Monseñor había cogido la malaria y que se había complicado con la diabetes. El médico le había pedido que permaneciese por lo menos un mes en Luena, para el acompañamiento y las revisiones médicas. No quedaba más alternativa, fr. Mariano y yo teníamos que ir a Luena a despedirnos de él. En Luena vivía en el obispado. Conversamos bastante. Yo le manifestaba según mi criterio que no debía ir a Calunda solo. Que en todo caso podía quedar en Cazombo (la antigua misión de Cazombo, iniciada por los benedictinos) donde hay una comunidad de hermanas, hay médico y un hospital relativamente bueno.  Pero nos rogó que no le impidiéramos hacer lo que él consideraba su vocación, que tenía que vivir con ese pueblo hasta el final.  Quería morir con ese pueblo que nos había acogido con tanto cariño y tanto cuidado. No había más que hablar, sino respetar su decisión y su libertad. Así que nos despedimos de él. Al salir a la calle le comenté a fr. Mariano, pienso que fue la última despedida de fr. Gonzaliño. Se encontraba muy débil, y bastante pálido. Había adelgazado. Nos decía que tenía poco apetito. Pero  -y esto nos llamó la atención-  se encontraba lleno de proyectos, sueños, perspectivas. Pensaba comenzar celebrando la misa todos los días, de mañanita, con el pueblo.  Consiguió la Liturgia de las Horas para el Pueblo, para rezar con los poquísimos que sabían leer. Pensaba organizar poco a poco una pastoral con matrimonios, tener algunos seminaristas en la casa; quería conseguir una pequeña comunidad de religiosas, trabajar una pequeña huerta con el matrimonio que viviría con él. Pidió que de ser posible dejásemos dos cuartos preparados, con instalaciones sanitarias. En los últimos días y a la carrera preparamos una casita al lado para garaje y lavandería.

Y así nos despedimos de ese pueblo simpatiquísimo y entrañablemente acogedor; pero al mismo tiempo – y salta a la vista – un pueblo olvidado, totalmente abandonado (en salud,  escuela, carreteras, transporte…), distante de todo. En el último rincón de Angola. Monseñor Tirso nos había agradecido a los que, dos años antes, habíamos visitado y escogido ese lugar para una nueva misión, porque es realmente periferia existencial y geográfica. Tal vez se pueda decir que en ese rincón de Angola están los más necesitados, los últimos (o casi últimos) donde ciertamente pocos (muy pocos) aceptarían ir a vivir y construir sólidamente con ellos  la vida. Monseñor sintió que ese era su lugar y su última misión. Misión y misionero hasta el final.

Pero mientras él estaba planificando cómo hacer el camino de regreso a Calunda (por supuesto no en avión, aunque se tratase de un recorrido de 870 kms, con trechos de buen pavimento, pero también con trechos humanamente casi intransitables, de barro batido) y con el maltrato que suponía para un cuerpo tan debilitado; Alguien interrumpió esos planes, lo desvió de esa ruta y lo llevó por otro camino, diciendo ahora soy yo el que escoge el camino, déjate conducir. Se trata de un camino/premio, camino/recompensa, por haber sido discípulo/misionero generoso, por haber sido siervo bueno y fiel. Es el camino que lleva al Reino, al Gran Reino, hacia el cual condujiste a tantos hermanos  hermanas. Desde allí mira e intercede por el pueblo de Calunda.

Un gran abrazo para todos.

fray Gilberto



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